Quienes se acerquen a la cubierta del libro álbum Una gran historia de vaqueros, de la escritora e ilustradora francesa Delphine Perret, tal vez se sientan algo desconcertados al descubrir en ella la ilustración de un pequeño mono que come una banana. Si esos mismos lectores se detienen en el texto de contratapa, hallarán una primera pista para despejar el desconcierto inicial:
“Lo reemplacé por un mono porque me dijeron que un vaquero, con sus dientes amarillos y su cara de malo, daría muchísimo miedo”.
Este juego planteado en el paratexto replica el principio de construcción del libro, que pone en diálogo tres historias: en las páginas pares y a través de un narrador externo al relato, la historia de un vaquero despiadado que come conejitos, fuma, toma whisky y asalta bancos con éxito; mientras tanto, en las páginas impares, se suceden las ilustraciones del mono, que se lava los dientes, practica cómo hacer globos con un chicle, baila en el gimnasio, aguarda el autobús junto a una gallina… Haciendo puente entre texto e imágenes –al pie de estas─ ingresa un narrador que ficcionaliza la voz de quien ilustra; esta voz se ocupa de explicitar y justificar las decisiones tomadas al realizar los dibujos, dando cuenta de la distancia entre estos (protagonizados por el mono) y el relato del vaquero. En el encuentro cómplice de estos tres elementos, se instala el humor con su potencia transgresora y desacralizadora.
El gesto humorístico de esta obra se inscribe en al menos dos direcciones. Por un lado, en la desconexión entre el relato del vaquero y las ilustraciones que lo acompañan, que quiebra toda lógica al trasgredir “lo esperable” en la relación texto-imagen. En este movimiento, Una gran historia de vaqueros lleva más allá la operación propia de los álbumes de poner en discusión el carácter muchas veces redundante de la ilustración, ya que instaura el absurdo sin preocuparse por defraudar las expectativas del lector, que no encontrará ninguna relación entre texto e imagen.
Quienes se acerquen a la cubierta del libro álbum Una gran historia de vaqueros, de la escritora e ilustradora francesa Delphine Perret, tal vez se sientan algo desconcertados al descubrir en ella la ilustración de un pequeño mono que come una banana. Si esos mismos lectores se detienen en el texto de contratapa, hallarán una primera pista para despejar el desconcierto inicial:
“Lo reemplacé por un mono porque me dijeron que un vaquero, con sus dientes amarillos y su cara de malo, daría muchísimo miedo”.
Este juego planteado en el paratexto replica el principio de construcción del libro, que pone en diálogo tres historias: en las páginas pares y a través de un narrador externo al relato, la historia de un vaquero despiadado que come conejitos, fuma, toma whisky y asalta bancos con éxito; mientras tanto, en las páginas impares, se suceden las ilustraciones del mono, que se lava los dientes, practica cómo hacer globos con un chicle, baila en el gimnasio, aguarda el autobús junto a una gallina… Haciendo puente entre texto e imágenes –al pie de estas─ ingresa un narrador que ficcionaliza la voz de quien ilustra; esta voz se ocupa de explicitar y justificar las decisiones tomadas al realizar los dibujos, dando cuenta de la distancia entre estos (protagonizados por el mono) y el relato del vaquero. En el encuentro cómplice de estos tres elementos, se instala el humor con su potencia transgresora y desacralizadora.
El gesto humorístico de esta obra se inscribe en al menos dos direcciones. Por un lado, en la desconexión entre el relato del vaquero y las ilustraciones que lo acompañan, que quiebra toda lógica al trasgredir “lo esperable” en la relación texto-imagen. En este movimiento, Una gran historia de vaqueros lleva más allá la operación propia de los álbumes de poner en discusión el carácter muchas veces redundante de la ilustración, ya que instaura el absurdo sin preocuparse por defraudar las expectativas del lector, que no encontrará ninguna relación entre texto e imagen.