“Pensé en las canciones felices de la infancia/ tan poderosas/ para todo lo que yace”. Como todo escritor enardecido, Florencia Gutman rastrea y persigue ciertos enigmas recurrentes. ¿Cuántas desilusiones a la vez se pueden remar? ¿Es posible recordar todo lo que no fuimos? ¿Adónde van las nubes cuando volamos? ¿Es posible escribir en otro tiempo verbal que no sea el presente? Estos enigmas a veces toman la forma de poemas, otras de breves relatos, crónicas, sentencias, anotaciones de ensueño, composiciones siempre propulsadas por el único movimiento de traslación que la autora jura conocer: el deseo
“Pensé en las canciones felices de la infancia/ tan poderosas/ para todo lo que yace”. Como todo escritor enardecido, Florencia Gutman rastrea y persigue ciertos enigmas recurrentes. ¿Cuántas desilusiones a la vez se pueden remar? ¿Es posible recordar todo lo que no fuimos? ¿Adónde van las nubes cuando volamos? ¿Es posible escribir en otro tiempo verbal que no sea el presente? Estos enigmas a veces toman la forma de poemas, otras de breves relatos, crónicas, sentencias, anotaciones de ensueño, composiciones siempre propulsadas por el único movimiento de traslación que la autora jura conocer: el deseo