Si se toma la premisa de que escribir un buen cuento es, ante todo, ser capaz de sostener la tensión durante toda la narración, Una fuga en casa, de Pía Bouzas, es entonces una colección infalible. Cada uno de de los nueve cuentos que la componen logra mantener en vilo al lector desde un comienzo in media res hasta el final.
Las nueve piezas tienen la particularidad de ser bien diferentes entre sí, con narradores y escenarios distintos. Cuatro relatos son narrados en primera persona por mujeres de varias edades: una preadolescente en una familia ensamblada; una veinteañera que cuenta las peripecias de su amiga durante las vacaciones; una joven esposa que recuerda un accidente como si estuviese en terapia, y una madre con mucho tiempo libre que visita el zoológico todos los días. De los restantes, cuatro tienen narrador omnisciente (incluidas las peripecias, en uno de ellos, de un petrolero que va a visitar a una amante) y uno tiene un narrador masculino en primera persona (un guía turístico en El Chaltén). Parece un detalle menor pero, en tiempos en que la narrativa suele estar centrada en experiencias personales, con la consecuente primacía de la primera persona y una tendencia al realismo que sólo ve desde la perspectiva de escritores citadinos (por supuesto, todo esto regado de felices excepciones), la ductilidad de Bouzas para explorar otras vidas posibles es, en sí misma, un hecho para celebrar.
Si se toma la premisa de que escribir un buen cuento es, ante todo, ser capaz de sostener la tensión durante toda la narración, Una fuga en casa, de Pía Bouzas, es entonces una colección infalible. Cada uno de de los nueve cuentos que la componen logra mantener en vilo al lector desde un comienzo in media res hasta el final.
Las nueve piezas tienen la particularidad de ser bien diferentes entre sí, con narradores y escenarios distintos. Cuatro relatos son narrados en primera persona por mujeres de varias edades: una preadolescente en una familia ensamblada; una veinteañera que cuenta las peripecias de su amiga durante las vacaciones; una joven esposa que recuerda un accidente como si estuviese en terapia, y una madre con mucho tiempo libre que visita el zoológico todos los días. De los restantes, cuatro tienen narrador omnisciente (incluidas las peripecias, en uno de ellos, de un petrolero que va a visitar a una amante) y uno tiene un narrador masculino en primera persona (un guía turístico en El Chaltén). Parece un detalle menor pero, en tiempos en que la narrativa suele estar centrada en experiencias personales, con la consecuente primacía de la primera persona y una tendencia al realismo que sólo ve desde la perspectiva de escritores citadinos (por supuesto, todo esto regado de felices excepciones), la ductilidad de Bouzas para explorar otras vidas posibles es, en sí misma, un hecho para celebrar.