¿Qué se oculta detrás de esos rostros difusos, entrevistos en una escena trivial o convocados con tensa expectativa por la memoria? ¿Qué identidad queda definida por un conjunto de sílabas que el narrador puede ordenar con placer pero también con horror?
Esta reciente novela del autor de Moros en la costa nos sumerge en una atmósfera de radiante extrañeza. A través de una textura narrativa tersa y discreta, los signos parecen materializar en Máscaras el horror implícito que algunas palabras -mentira, mirada, ceguera- protegen con el manto de la costumbre. Terca en inteligentemente, la novela denuncia, corroe y destruye un contexto opresivo que de manera directa o indirecta es también atroz. Con una maestría singularísima, Ariel Dorfman logra que sus ocultamientos y exhibiciones privilegien la mirada de una máscara final que todo texto solicita: la del lector.
¿Qué se oculta detrás de esos rostros difusos, entrevistos en una escena trivial o convocados con tensa expectativa por la memoria? ¿Qué identidad queda definida por un conjunto de sílabas que el narrador puede ordenar con placer pero también con horror?
Esta reciente novela del autor de Moros en la costa nos sumerge en una atmósfera de radiante extrañeza. A través de una textura narrativa tersa y discreta, los signos parecen materializar en Máscaras el horror implícito que algunas palabras -mentira, mirada, ceguera- protegen con el manto de la costumbre. Terca en inteligentemente, la novela denuncia, corroe y destruye un contexto opresivo que de manera directa o indirecta es también atroz. Con una maestría singularísima, Ariel Dorfman logra que sus ocultamientos y exhibiciones privilegien la mirada de una máscara final que todo texto solicita: la del lector.