De profesión comerciante, Trafalgar Medrano es un excelente contador de historias, talento que
ejercita con ganas y a menudo, ríos de café negrísimo de por medio, en el Burgundy. La
concurrencia no importa o importa poco porque lo extraordinario son siempre las historias: de otro
planeta. Sí, porque Trafalgar Medrano es comerciante viajero intergaláctico. Y grandísimo contador
de historias, gracias a la exquisita pluma de Angélica Gorodischer, que narra con generosidad y nos
contagia no solo el gozo que anida en lo disparatado, sino también el deseo punzante de ser de la
barra, los oídos dispuestos para el cuento.
Tal vez, la apuesta más radical del fantástico de Angélica Gorodischer sea concebir un universo en
el que la comunicación es posible, en el que una infinita variedad de mundos puede ser reducida a
lo que entra en una animada charla en el Burgundy de Rosario.
“Este cosmonauta no conquista otros planetas ni extiende el imperialismo a otras galaxias, sino que
consagra sus travesías cósmicas a la urgencia más verosímil para el ciudadano de una economía
siempre tan errática como la argentina: ganarse el mango. […] Por cada exoplaneta, Trafalgar
vislumbra simplemente un negocio, y en el extraterrestre apenas un despistado más al que vender
a sobreprecio una baratija.
De profesión comerciante, Trafalgar Medrano es un excelente contador de historias, talento que
ejercita con ganas y a menudo, ríos de café negrísimo de por medio, en el Burgundy. La
concurrencia no importa o importa poco porque lo extraordinario son siempre las historias: de otro
planeta. Sí, porque Trafalgar Medrano es comerciante viajero intergaláctico. Y grandísimo contador
de historias, gracias a la exquisita pluma de Angélica Gorodischer, que narra con generosidad y nos
contagia no solo el gozo que anida en lo disparatado, sino también el deseo punzante de ser de la
barra, los oídos dispuestos para el cuento.
Tal vez, la apuesta más radical del fantástico de Angélica Gorodischer sea concebir un universo en
el que la comunicación es posible, en el que una infinita variedad de mundos puede ser reducida a
lo que entra en una animada charla en el Burgundy de Rosario.
“Este cosmonauta no conquista otros planetas ni extiende el imperialismo a otras galaxias, sino que
consagra sus travesías cósmicas a la urgencia más verosímil para el ciudadano de una economía
siempre tan errática como la argentina: ganarse el mango. […] Por cada exoplaneta, Trafalgar
vislumbra simplemente un negocio, y en el extraterrestre apenas un despistado más al que vender
a sobreprecio una baratija.