La filosofía corre el riesgo de desvanecerse en el humo de las palabras livianas cuando se la considera, desde un relativismo superficial, como un discurso en el que se puede decir cualquier cosa y todo lo contrario, pues finalmente cada filósofo tendría su punto de vista. ¿Pero cómo devolverle su solidez sin negar su indiscutible pluralismo?
Lejos de las verdades de la ciencia, Souriau pone a la filosofía muy cerca de las verdades del arte, lo cual le da sentido a un libro lleno de referencias pictóricas, literarias, musicales, escrito con una hermosa prosa poética. La actividad filosófica consiste en hacer unas obras singulares, los filosofemas, que al igual que las novelas, las pinturas o las sinfonías, poseen una verdad intrínseca y exigen leyes de construcción muy especiales. Por eso el pensamiento filosófico no es “creación”, puro genio subjetivo e invención gratuita, sino “instauración”: la producción de la obra condiciona, exige, impone, y está siempre al borde del fracaso.
Orientado siempre por esa mirada en clave arquitectónica, Souriau puede hablar de todos los grandes filósofos sin caer ni por un instante en una historia de la filosofía: el riesgo del derrumbe místico en Platón, el desvío de Aristóteles y la rectificación de Bruno, la luz y la oscuridad en Descartes, el apuro de Kant, la disonancia en Pascal, la armonía y el punto débil de Leibniz, la filosofía esférica de Plotino y la cilíndrica de Bergson…
La promesa de una “filosofía de las filosofías” comienza por el descubrimiento de las reglas secretas del arte de la fabricación de las obras filosóficas.
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La filosofía corre el riesgo de desvanecerse en el humo de las palabras livianas cuando se la considera, desde un relativismo superficial, como un discurso en el que se puede decir cualquier cosa y todo lo contrario, pues finalmente cada filósofo tendría su punto de vista. ¿Pero cómo devolverle su solidez sin negar su indiscutible pluralismo?
Lejos de las verdades de la ciencia, Souriau pone a la filosofía muy cerca de las verdades del arte, lo cual le da sentido a un libro lleno de referencias pictóricas, literarias, musicales, escrito con una hermosa prosa poética. La actividad filosófica consiste en hacer unas obras singulares, los filosofemas, que al igual que las novelas, las pinturas o las sinfonías, poseen una verdad intrínseca y exigen leyes de construcción muy especiales. Por eso el pensamiento filosófico no es “creación”, puro genio subjetivo e invención gratuita, sino “instauración”: la producción de la obra condiciona, exige, impone, y está siempre al borde del fracaso.
Orientado siempre por esa mirada en clave arquitectónica, Souriau puede hablar de todos los grandes filósofos sin caer ni por un instante en una historia de la filosofía: el riesgo del derrumbe místico en Platón, el desvío de Aristóteles y la rectificación de Bruno, la luz y la oscuridad en Descartes, el apuro de Kant, la disonancia en Pascal, la armonía y el punto débil de Leibniz, la filosofía esférica de Plotino y la cilíndrica de Bergson…
La promesa de una “filosofía de las filosofías” comienza por el descubrimiento de las reglas secretas del arte de la fabricación de las obras filosóficas.